6 de enero de 2023

Inútil batalla de un seis de enero

 Hay un gato en esta casa, no me preocupa mucho, también hay un retrato, cortinas blancas y ese imbécil comedor. Los niños me molestan sobremanera, sus ojoillos abiertos son como de gato, se revuelcan como gusanos jugando a los carritos.

He intentado relacionarme con uno de esos seres, me llama la atención la violencia de su retina al chocar los autos. 

—¿Cómo se llama el gato? —pregunto para hacer plática, y cínicamente el bodoque me ha respondido sonriendo: Cuál

—El gato ése que andaba por aquí —insisto. 

—Cuál —contesta nuevamente el mozalvete, como si no existiera gato alguno.

—El amarillo —repongo.

—Cuál —revira.

—Olvídalo —le digo.

El niño me ha tomado por su imbécil. 

—Se llama Cuál, acepta después de haber colmado mi frágil paciencia. 

Yo no sé por qué me interesa el gato. Hay tantas cosas llamativas en el mundo.

Conecto mi laptop al único enchufe disponible, al instante hay algo más importante qué conectar allí: una estúpida lámpara, me irrito. Encuentro un multicontacto, descanso en el sillón con la computadora en las piernas, no sé cuánto aguantaré en esa posición, no me importa.

El gato se acerca y restriega su grasoso cuerpo en mi espinilla derecha llenando de pelos mi pantalón nuevo, lo pateo sin afán de dañarlo. Le da lo mismo, no lo pude golpear más fuerte porque de haberme movido mucho, se hubiera desconectado el cable de corriente. La batería se quemó hace un mes.

Otro niño se sienta a mi lado, me presume su regalo de navidad vocifera cosas sin coherencia aparente, lo ignoro. El niño juguetea con el gato: Cualito, Cualito, acaricia al obeso animal que se revuelca en sus piernas, el niño pasa su carrito por los genitales del felino. Cundo se aburre, carga al pesado minino y lo arroja al suelo, éste cae parado sin hacer daño al enano.

El gato sube por el brazuelo del sillón, quito mi mano para evitar contacto, se acerca, me arrimo sólo un poco para no desconectar la compu, se recarga en mi hombro y sube por el respaldo del sillón, se pasea por detrás de mi cabeza, se restriega con mi cabello, ronronea y por más que lo molesto me ignora. Le llamo a un niño para que quite al gato de ahí, el morro está como ido, cree que es Spiderman. Pruebo con otro y otro niño, una manada de escuincles me ingnora.

¿Cómo decirlo? Hay un gato que balancea su cola detrás de mi cabeza, en el sillón. Se llama Cuál, creo que lo quitaré a la chingada de allí, no me fío de su cola, esa cola anillada y gorda. A cada vuelta del péndulo me golpea descaradamente. Sabe de la delicada posición de mi laptop. 

He tratado de empujarlo con mi mano y al hacerlo, la computadora se ha apagado borrando mi relato en notepad. Con sus absurdas garras juega a rayar el sillón.  A nadie le importa mi texto arruinado por un michi, mucho menos el sofá.

Esto es personal, ya me tiene hasta la madre. Me he levantado del asiento y al querer tocarlo para empujarlo al suelo me ha tirado un arañazo gruñendo con violencia. Voy a la cocina por un cucharón de madera que uso como arma y también lo ha agredido. Ahí muere. Pensé en olvidarlo todo y tolerar sus ronroneos en mi nuca, no tiene nada de malo a final de cuentas. Un niño observa mi rendición, sonríe con la boca llena de Tutsi pop.

Su manos pegajosas bajan al gato del sillón, lo acaricia, el gato no le hace ningún daño. Cualito, Cualito, le dice el engendro. Me alegro un poco y hago una tregua, le digo al escuincle: chócalas. El niño choca su mano roja, chiclosa y llena de pelos, sonríe, tiene mocos, es invierno.

Olvido que quiero ser escritor y me rindo, me tiro al suelo, en seguida los niños me hacen bolita, utilizan mi rostro y mis piernas como autopistas, estrellan sus camionetas en mis guevos, estoy ahí derribado como un gigante vencido por los enanos y un gato ronronea, se pasea obeso por el sillón, ronronea. 


Tlaxcala, México
6 de enero de 2010





No hay comentarios.: