La camisa
Qué deprimente tu camisa,
—me dijiste infutura—
sucia, vieja,
transparente como un mosquitero.
Qué bueno que no miraste más allá
en el epicentro de mi pecho,
le contesté.
Te aterraría ver la mugre que hay ahí:
pájaros muertos,
amores en formol,
ceniceros de sueños arrumbados.
No eres la primera que huye,
tras encontrar ese desastre de flores deprimidas,
que solo parecen horribles orugas
que esperan su tiempo
para salir volando por mi boca
cuando intente decir
“quédate esta noche”,
nos desvelaremos contando estrellas,
una... dos... tres... infinito,
hallaré constelaciones
en el braile de tus lunares
y dirá la vida si nos conviene
creer en amores usados
en besos que se desbaratan con el sol.
Quédate con el mundo a tus pies,
lejos de esta ciudad en ruinas
pero no vuelvas cuando florezca mi jardín entre la basura
si todo lo que puedes ver en mi pecho
es una puta camisa rota,
de las tres, la que más amo.
México-Tenochtitlan
2010
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