En lunes y a las diez

Se me ocurre escribirte un lunes, a las diez,  

como si la hora supiera algo de mí,  

como si al reloj le importara seguir

golpeándome los dedos con su horror invisible 

hablándole al aire, solo, con palabras huecas

que te nombran, pero no te buscan,  

que te recuerdan pero se van con el viento 

como se van las palabras mañaneras 

cuando uno sabe que tiene que seguir los días baldíos.

Te escribo porque las emergencias no piden permiso ni tiene piedad.

Ya ves, me urge ser preciso a la hora de recordarte

a la hora en punto de todo momento

luciérnaga matutina que alumbra lo que soy,

lo que fui en ese pueblo de montaña somnolienta.

No te apresures, los recuerdos no tienen prisa,  

Aquí estoy, a solas, con el ahora que me dicta,  

y este lunes que se se muere por salir de su capullo 

y convertirse en un nunca jamás.

A aquí estás, vestida de mis letras, con forma de ventana 

siento que en cualquier momento saldrás volando por ahí.

Noticia de un viejo periódico, al final, siempre fuiste el silencio,  

porque ya lo sabes, mi oficio es esta deliciosa forma 

de hablarte durante horas sin decimos nada.

Yo no escribo, es la mañana que ha caído entre mis hojas

como tú solías hacerlo en los cuadernos del ayer.

Pensé que te escribía 

pero solo me dejé llevar por las palabras, por ti.