Si hubiera justicia,
seríamos murmullos incrédulos
del amor que nos carcome
y cantaríamos serenatas mudas
cortadas con el filo de la noche,
murciélagos torpes,
colgados de la sangre tibia de todo beso,
abrazados bajo fuegos paridos por la lluvia,
con nuestras pieles cosidas al viento,
como los que nunca supieron del oriente,
ni del sur, ni del fin de los mares.
Seríamos piratas sorteando las costillas del cosmos,
tú, el atraco de una luna imposible,
yo, el coautor que sueña con caballos,
al que la piel se le queda tejida a la tela
de una montaña.
Nos amaríamos sin saber que así se llama
lo que no podemos nombrar,
como las plantas que desconocen la fotosíntesis,
como dos perros que no conocen el sur y van a prisa,
el universo mismo,
ajeno a todo lo que no somos.
Nos amaríamos despeinando el verbo amar
equivocados entre un apapacho
como la nota rebelde que desgarra al silencio,
lejos del camino correcto,
extraviados en la belleza rota
de no saber qué hacemos aquí,
tartamudeando besos,
invocando esa justicia absurda
que le queda a un planeta en ruinas.
México-Tenochtitlan
Adolfo Ramírez
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